Los raros del día de Navidad


Hoy, como cada festivo y como cada día que puedo salir al campo antes de ir a trabajar, no iba a ser menos.

Hoy es Navidad.

Y, como siempre, aparece la frase recurrente:
—¿Pero no te puedes quedar en la cama ni el día de Navidad?

La respuesta no la doy con palabras. La doy con hechos.

Me levanto, elastifico algunos de los músculos principales, me visto, me abrigo… y allá voy. Una inmersión en la naturaleza de una hora, a veces algo más. Hoy tocó una modalidad que yo llamo correr-andar: caminar a ritmo ligero en las subidas y trotar a ritmo medio en los llanos y en las bajadas.

Para mí, esta forma de moverme tiene todo el sentido. Me permite hacer tiradas más largas que si solo corriera y, además, evita sobrecargar en exceso las piernas, algo fundamental cuando pasas muchas horas al día de pie por tu trabajo. No todo es apretar. A veces, cuidar también es saber dosificar.

En uno de esos momentos, mientras elastificaba los isquiotibiales apoyado sobre una piedra —para los que ponen excusas de que no tienen material: se puede hacer en cualquier sitio— percibí que se acercaban dos personas. Al levantar la vista, sonreí: eran dos pacientes, L y J.

Nos conocimos gracias a mi libro Tu dolor de espalda tiene solución (si sabes cómo). Y solo por encuentros como este, el libro ya ha merecido la pena. No por cifras, no por reconocimiento, sino porque me ha permitido conocer personas reales y ayudarles a mejorar su calidad de vida.

—¿Qué tal estáis? Feliz Navidad.

La conversación que siguió fue de las que valen oro. Hablamos de cómo sufrían de espalda antes de conocernos, de las limitaciones, de la sensación de fragilidad constante. Y de cómo, a día de hoy, hacen senderismo, bicicleta de montaña y su vida diaria con normalidad. A veces sin molestias; otras, con señales leves que ahora saben interpretar y resolver por sí mismos gracias al conocimiento adquirido durante el tratamiento.

Actualmente están en una fase final, puliendo detalles. Trabajando para que su cuerpo sea resistente a la vida que quieren llevar y no les obligue a renunciar a aquello que les gusta.

En mitad de la charla, uno de ellos soltó una frase que me hizo pensar:
—Muchos pensarán que por estar aquí, perdidos disfrutando la mañana de Navidad, somos unos raros.

Y aquí es donde merece la pena pararse.

¿De verdad nos resulta raro priorizar la salud, aunque sea Navidad?
¿Es socialmente extraño levantarte, moverte, salir al exterior, en lugar de quedarte más tiempo en la cama y desayunar churros?

Si eso es ser raro, bendita rareza.

Lo que sí me preocupa, a nivel humano, es que este tipo de comentarios los recibimos constantemente quienes decidimos priorizar nuestra salud:
“Relájate, que es domingo”
“Hoy no pasa nada”
“Es Navidad, hombre”

¿Acaso tu salud entiende de sábados y domingos?
¿Entiende de festivos, de excusas o de normas sociales?

A nivel clínico hay una frase que se repite desde hace siglos: “Es mejor prevenir que curar”, atribuida a Hipócrates. Todo el mundo la conoce. Muy pocos la aplican.

Lo que veo cada día es justo lo contrario: las personas no se ponen manos a la obra hasta que ya tienen el marrón encima. Y cuando lo tienen, quieren que se lo arregle otra persona. A ser posible rápido. En pocos días. Casi como si la salud respondiera a milagros, magia o prisas.

Pero dime algo con honestidad:
¿Crees que tu cuerpo entiende de urgencias artificiales?
¿De atajos?

Para mí, la salud se cuida día a día. Incluso así, no estamos libres de contratiempos. Eso forma parte de la vida. Pero cuando el problema ya está encima, no es momento de correr. Es momento de remar. De pico y pala, muchas veces a contracorriente. Con paciencia. Sin prisas.

Porque el cuerpo no responde a la ansiedad.
Responde a la coherencia.

Esta mañana de Navidad no vi a dos raros.
Vi a dos personas que habían entendido algo fundamental:
que cuidarse no es una obligación, es una forma de respeto hacia uno mismo.

Y eso, aunque no sea lo más popular,
es profundamente humano.

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